Desencanto político en Costa Rica: Un cáncer silencioso

Por: Andrés Ramírez Prado /DIRCOM

Está realidad se presenta de manera silenciosa y escalonada consumiendo a la sociedad como quien es consumido por el cáncer más invasivo posible.

El desencanto político, sube su tono poco a poco, socavando la acción social organizada, erosionando las identidades colectivas y destruyendo los ideales de justicia, que suenan pasados de moda o defendidos por alguien francamente ingenuo.

El ciudadano solidario y participativo se desvanece al mismo tiempo la sociedad se fragmento ante la alta proliferación de partidos políticos emergentes, que se venden a sí mismos como la quimioterapia que poco a poco consumirá este cáncer llamado corrupción.

Propicia la metástasis

 Debemos considerar que ante este desencanto, la política se vuelve, todavía más, monopolio de aquellos que son los principales responsables de su desprestigio: los políticos profesionales, sobre todo los que suelen ejercer su actividad motivados por el auto engrandecimiento y mediante la adquisición de poder casi de cualquier manera, incluso desplazando a sus competidores por medios indignos de emulación.

La consecuencia es que el vicio privado derrota la virtud pública y el interés particular nulifica la generosidad cívica. El significado profundo del desencanto político es que ha dejado de existir la humanidad como concepto, como proyecto capaz de promover la convergencia de las personas en un plano superior y universal, en el que se reconoce al otro como alguien merecedor de un trato igual y con los mismos derechos, más allá de su pertenencia a clase económica alguna, grupo étnico, nacionalidad, comunidad de lenguaje y cultura, género, forma de vida conyugal o familiar, etcétera.

En nuestro tiempo, a la política se le mira como un mal necesario apenas tolerado por ciudadanos cada vez más hastiados con ella.

Es preciso evitar el avance de su deterioro, pues es el único recurso que tenemos para gestionar la vida social de manera civilizada.

Si desapareciera, nos condenaríamos a la más absoluta de las barbaries, seríamos arrojados al desarraigo y la soledad, caeríamos presas del ensimismamiento propio de la anarquía y la desconfianza generalizada.

El paso siguiente sería el descarnado enfrentamiento entre nosotros mismos. Eclipsada la esfera pública y dejado sin contenidos el espacio de lo cívico, quedaríamos a merced de la codicia mercantil y la coacción y la manipulación por todo tipo de poderes de facto, quizás algo que ya emerge con gran disimulo, pero a paso agigantado. Afortunadamente no todo está perdido.

Algo nos enlaza y predispone a la política. Constituimos una sociedad que nos incluye, nos forma y nos define: es la cooperación, hecho social primigenio, que hace posible que nos debamos los unos a los otros lo que somos, lo que producimos, lo que disfrutamos, lo que creamos, imaginamos y vivimos; sin ella, no existiría el individuo emancipado del grupo, tampoco las diferencias que lo distinguen y le dotan de conciencia propia.

Cooperamos e intercambiamos, aunque suene paradójico, porque somos semejantes y porque somos distintos; porque en conjunto conformamos una vida social orgánica que va más allá de nuestros seres individuales.

Cuidarla es una condición para seguir expandiendo, en plena libertad, los horizontes de nuestras existencias particulares.

Es necesario adoptar una actitud sobria con respecto a las reales posibilidades que ofrece la política como ámbito en el que se despliega la condición humana en su contrastante gama de riquezas y miserias morales. Se trata de no idealizar la política, pero tampoco de vituperarla y eclipsarla.

Una actitud propositiva al lado de demandas en cuanto a gestión publica seria una formula perfecta para empezar a atacar este cáncer progresivo llamado; desencanto político.

Publicado originalmente el 27 de Febrero 2020

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