Ser periodista en Costa Rica: no te matan pero te joden

El periodismo en Costa Rica conlleva más frustraciones que satisfacciones para quienes se enfrentan a condiciones laborales paupérrimas

Por: Jovel Álvarez

Una leyenda urbana dice que Uber está lleno de venezolanos y periodistas desempleados.

Erik es un joven periodista que trabaja en una radioemisora regional costarricense. Está contratado por medio tiempo, pero obviamente entrega muchas horas más al día para que los espacios a su cargo salgan de manera óptima.

En la emisora solo encuentran una forma de compensar su esfuerzo: ascenderlo jerárquicamente en la sala redacción, aumentando con ello sus responsabilidades pero jamás su salario.

Siempre me he preguntado por qué Erik acepta trabajar en semejantes condiciones. La respuesta es contundente: “es lo que hay”.

Carlos, por otra parte, trabaja como conductor en una prestigiosa emisora radial. Salario: 200 000 colones al mes (345 USD). Su trabajo se limita a la conducción, y aunque sabe que tiene grandes ideas para hacer crecer la emisora, no quiere regalar su talento.

Carlos conduce un programa de una hora. Eso significa que devenga 10 000 colones al día por su trabajo, mientras el agónico e inútil Colegio de Periodistas afirma que la hora profesional debe pagarse en 14 970 colones.

En Costa Rica durante 2019 la media de desempleo para periodistas se situaba en un 22 %, muy por encima del 12 % del promedio nacional. Obviamente ese panorama ha empeorado significativamente con la crisis económica generada por la pandemia. Solo esta semana se anunciaron 17 despidos en el periódico La Nación – otrora medio escrito más importante del país-.

Por otra parte, Repretel, una de las empresas televisivas más importantes de Costa Rica, ha despedido o reubicado a varios de sus reporteros.

El periodismo, ese que Gabriel García Márquez definía como el mejor oficio del mundo, en Costa Rica conlleva más frustraciones que satisfacciones para quienes se enfrentan a condiciones laborales paupérrimas y un irrespeto cínico por parte de algunos directores que recargan en sus explotados empleados numerosas obligaciones con el fin de ahorrar dinero y exprimir talento.

Costa Rica es, y espero que sea por siempre, un baluarte en la lista de países con mayor libertad de expresión. Nos ganan Noruega, Finlandia, Dinamarca, Suecia, los Países Bajos y Jamaica; y aunque no nos matan por ejercer este oficio, hay casos ampliamente documentados de persecución en tiempos recientes.

¿En Costa Rica los periodistas somos verdaderamente libres para trabajar? Porque yo encuentro difícil que Erik y Carlos se sientan libres o dignos al trabajar cobrando miserablemente a cambio de una labor impecable.

Agradecemos que no nos maten por hacer nuestro trabajo, pero quisiéramos poder vivir dignamente del mismo.

Hoy estoy en Costa Rica por azares el destino. Planeaba irme a Colombia cuando la pandemia me atrapó. Tengo la dicha de tener un trabajo estable y una columna que me sirven de sustento, pero sé que muchos periodistas de mi país no gozan de la misma suerte.

Mi relación con el periodismo costarricense es extraña. El corazón me dice constantemente que trabajar para mi país es una deuda pendiente.

Cuando le cuento a mis colegas el deseo que tengo de trabajar en Costa Rica ellos me advierten: “¿qué va a venir a hacer a aquí? No. Usted ya se fue. No vuelva. Aquí no hay trabajo”. Recibo el consejo con tristeza. La resignación me golpea.

Mi fascinación y experiencia están en la cobertura de noticias internacionales, rama que en mi país tradicionalmente han relegado a notas de agencias y llamadas de Skype con periodistas externos. He viajado a muchos países para cubrir eventos históricos, siempre con el sueño de que algún medio de Costa Rica se interese por las crónicas de un periodista en el lugar de la noticia. Ello no ha ocurrido.

Mi caso, vivido desde afuera, es solo el reflejo de la triste realidad que vive el periodismo dentro de nuestras fronteras: Costa Rica no permite a la mayoría de sus periodistas trabajar en lo que aman.

Sé que nuestra situación no es la peor. Y lo sé por experiencia.

Siempre que me presentaba antes de una entrevista en México con algún periodista perseguido y le decía que venía de Costa Rica me volvían a ver como si estuviera un poco loco al haber dejado aquel paraíso pacífico para vivir en un país donde los políticos y narcotraficantes habían decidido cazarnos casi de forma deportiva por decir lo que no les convenía.

En mi primer viaje a Venezuela recuerdo a la perfección la frase que me dijo un colega al saludarme: “¿qué haces aquí? Este país no es para periodistas y menos para extranjeros”. La experiencia me haría corroborar esas palabras.

De hecho, trabajo con periodistas perseguidos por el régimen que estarían presos o muertos si se hubiesen quedado en Venezuela.

Aunque sé de primera mano que en otros países los reporteros nos enfrentamos a hostilidades criminales, no quiero que la realidad de Costa Rica pase por debajo de la mesa.

El periodismo es el mejor oficio del mundo, sin duda. Pero es aún más hermoso cuando ese señor al que llamas “jefe” agradece tu trabajo con algo más que una palmadita en la espalda.

Ya quisiera verte, “jefa”, cobrando por una cuarta parte del trabajo que realizas. Probablemente ya habrías renunciado, ¿verdad?

Públicado Originalmente en: PanamPost
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